lunes, 28 de abril de 2014

ROQUE JOAQUIN DE ALCUBIERRE.
Este zaragozano es el responsable directo y único, de que hoy podamos viajar en el tiempo, hasta los años de esplendor del Imperio Romano. No se trata de “descubrir” las facetas de este insigne aragonés, pero sí reivindicar y poner las piezas en su sitio, cuyas caóticas situaciones son causadas por las siempre injustas y deshonrosas usurpaciones, indebidamente realizadas a lo largo de la historia. Hoy con epítetos y adjudicaciones absolutamente gratuitas y fuera de la verdad absoluta, en cuanto a sus verdaderos protagonistas.
La práctica siempre está de moda entre aquellos mercachifles que la insana envidia los coloca en la boca letrinera de su propia abstracción. Causas recientes las padecemos en la actualidad, con falsas identidades de unos, que pretenden desnudar a los otros, verdaderos dueños de ese pasado común, que en mala hora se llevó a cabo, tratando de adquirir la honra y el honor que nunca poseyeron y que por mor de falsos historiadores, tratan de conseguir poniendo lo que para esta casta de estafadores es su máxima ley “una mentira sostenida a través del tiempo, llega a convertirse en realidad”. Quizás con el apoyo de otros especialistas, dudosos, en otras disciplinas, se decantan por el vil metal o preeminencia social, pretenden al menos confundir o implantar unos derechos que nunca fueron, tergiversando lo incólume para la consecución de sus patéticos fines consintiendo lo que saben nunca fue cierto, en tanto que los herederos, pusilánimes e interesados, dejan correr el agua putrefacta de la letrina de origen, en franco perjuicio de la propia. Empero el agua pura y cristalina de las fuentes de la verdad y lo cierto se abren paso arrinconando esta defección que va desapareciendo de sus orillas, por la fuerza de lo incontestable.

Este Alcubierre sufrió en sus carnes póstumas este efecto, tanto que, sus naturales nunca supieron o se atrevieron a reivindicar en los foros internacionales, semejante agravio, levantado por cortesanos de bajo calado. Nunca fue España, lugar de arraigo. América es América porque Américo Vespucio, diseñó unos mediocres mapas mal copiados de los de Juan de la Cosa, un geógrafo español verdadero artífice de la geografía del Nuevo Mundo, y que este avispado italiano supo repartir en los lugares adecuados, para que, en su honor, aquellos felones, reconocieran las nuevas tierras con su nombre ¿qué hizo España?, callar…, callar como siempre, justificando una vez más su desarraigo; ese amor a la tierra que nunca existió, ni existe, es el caballo de batalla del porqué este país no se encuentra como puntero entre los lideres. Napoleón III, en su apoyo al dictador Maximiliano de Méjico, envía un regimiento de coraceros y utilizan con agravio, la denominación de la América Latina, ¡nunca lo fue! Solo mentes indoctas e ignorantes, usan ese vocablo. siempre ha sido, Iberoamérica, o Hispanoamérica, hoy tan adaptado  aquí, que al parecer los autores del intento de destrucción de lo español, no hay que buscarlos fuera de España, sino dentro, ese germen tiene un nombre DESARRAIGO, cuando los naturales de un lugar están convencidos de que todo lo exterior es mejor que lo que ellos mismo producen…, sus días están contados, es la mayor alarma de ese desarraigo agónico entre las gentes nativas. Si a eso le sumamos las tendencias políticas, por llamarlas de alguna manera, que a lo largo de los últimos 450 años, se han dado en esta piel de toro, ya tenemos los ingredientes para sentar las bases de una nación desunida, periférica y enemiga de sí misma. Nuestro último y legítimo rey, D. Fernando II de Aragón, creó lo que el mundo no había conocido hasta entonces y no conocería después, a pesar de los buitres, sobre todos, los siempre enemigos ingleses. La traición ingrediente esencial de ese desarraigo, condenó a este impecable monarca y con él a España, a su absoluta desaparición como elemento esencial de la hoy patética Europa.
Alcubierre, es sin ningún género de dudas, el padre de la actual arqueología, llevó  a cabo su trabajo encomendado por el monarca Carlos VII de Nápoles, (Carlos III de España) más conocido como el Alcalde Madrid, por su excelente gobierno, el mejor de los Borbones. Hombre ilustrado que vive en el siglo, al compás de los avances técnicos que aplica en la medida de lo posible en sus reinos y gobiernos, no siempre bien entendido por la chusma y los intereses de los apoltronados, que tanto daño han hecho a este país. Usa los medios que conoce, esto es las técnicas mineras, no en vano era ingeniero de minas. Esta metodología aplicada a la nueva situación, es la que desarrollará a posteriori, lo que se conoce en el mundo científico como el método arqueológico, éste y no otro fue el planteamiento del origen de dicha ciencia. Es evidente que Alcubierre no ejerció la Arqueología como hoy la entendemos. Su objetivo prioritario era localizar piezas de valor para engrosar las colecciones del Rey Carlos III, (Carlos VII de Nápoles). Sus múltiples enemigos, envidiosos de sus éxitos, no tanto por la aplicación de aquellos métodos, como por los hallazgos y extracción de los tesoros del viejo imperio romano, a los que no solo databa y clasificaba sino que catalogaba, dibujaba uniendo a ellos la descripción del lugar y posición que había sido hallado, nunca se aprovechó de su posición para lucrarse, acabando en el más absoluto olvido.
Nace en Zaragoza, en el verano de 1702. Cursa sus primeros estudios y cuándo tiene edad, entra en el recién creado cuerpo de Ingenieros Militares, bajo la protección de los Condes de Bureta, lo que le hace conseguir plazas cómodas para su trabajo.
Pocos años después Carlos III de España, recuperó Nápoles del dominio austriaco.
Andrés de los Cobos, su inmediato superior, lo llevó con él, en 1734, ya que el carácter complicado y las rencillas con algún que otro compañero, le hubiese acarreado más de un disgusto. Había intentado por todos los medios antes de regresar a la Corte, que lo admitieran de forma definitiva, en la oficialidad del Cuerpo de Ingenieros. Pero, no era simpático a nadie. Su manera directa de decir las cosas, hacía chirriar los dientes, a aquellos paniaguados cortesanos, que eran los mandos militares.
Su llegada a Nápoles  no queda registrada hasta dos años después.
Diecisiete siglos antes, un cataclismo, interrumpió la vida tranquila de unas ciudades, en el verano del año 79 de nuestro calendario. Acababan de celebrar las fiestas en honor a Vulcano esposo de Venus y Dios del Fuego, la forja y los volcanes. Todavía estaban calientes las brasas de las hogueras, cuándo el apocalipsis arrasó con las ciudades de Pompeya, Herculano, Estabia, Oplontis y algunas más de menor tamaño, habían desaparecido el 25 de agosto, de dicho año de la faz de la tierra. Según Plinio EL Joven, testigo ocular, narró con detalle a su amigo y gran  historiador Cornelio Tácito, todo cuanto aconteció aquel aciago día.
Según Plinio unos pequeños temblores de tierra y una colosal columna de humo procedente del Vesubio, ascendió a los cielos, a continuación comenzó una lluvia de piedras volcánicas y ceniza que ocultó el sol. Cubrió toda la comarca, finalmente grandes gases ardientes que se movían en suspensión, arrasaron todo que encontraron a su paso en un radio de 70 Km. Esta historia es sabida, más o menos por nuestras gentes, pero lo que casi todos ignoran que fue un zaragozano quien lo descubrió y saco estas ciudades a la luz.
Más de mil quinientos años después, el primer hombre que vuelve a pisar aquellos lugares fue el aragonés Roque Joaquín Alcubierre que pasó al olvido por la desidia de sus  gobernantes y por las envidias y traiciones para alzarse con la gloria del trabajo de este ingeniero de minas.
Con los galones de capitán, Alcubierre se encontraba enfrascado en la nivelación de unos terrenos, cercanos al pabellón de caza del Rey, en Portici, cuándo le llamó poderosamente la atención, la cantidad de objetos antiguos, que salían a pocos centímetros de la superficie. Su amigo y cirujano Giovanni Angelis, le dice, que unos años antes, cuando estaban bajo el dominio austriaco, se cavó un pozo por orden de Manuel Mauricio de Lorena, príncipe de D’Elbeuf y se encontraron vestigios arquitectónicos, mármoles, mosaicos…, lo que le hace sospechar que pueda haber tesoros escondidos. Pide permiso para buscar más exhaustivamente. No debemos olvidar, que desde el Renacimiento, las piezas romanas y griegas, estaban muy cotizadas por las familias más adineradas, hasta Miguel Ángel en su juventud, labró y envejeció varias estatuas, que luego enterró para conseguir dinero.
Tras mucho insistir, le dió permiso el mismo monarca, en octubre de 1738. En aquellos días, ni la Arqueología ni sus métodos científicos, existían todavía. Se pone manos a la obra, con tres peones. El trabajo debió de ser muy duro. Muy pronto comienza a encontrar piezas, de gran interés, hasta que topa con un muro, que le hace pensar que ha dado con un templo, pero con lo que dio fue con el teatro de Herculano, una placa decía que había sido construido por el arquitecto Publio Numisio.

Los sucesivos hallazgos de incalculable valor, animan a Carlos III a proporcionarle más hombres. Alcubierre, ante la falta de un método que aplicar en la tarea encomendada, se ve forzado a utilizar el que conoce que no es otro que el minero, lo que le permite continuar trabajando en los subterráneos, provocándole un deterioro de la salud. Las tareas son tan duras que se emplea mano de obra de presos y esclavos. A medida que avanzaban las galerías se estrechaban y se hacían más inhóspitas, por la humedad y sobre todo por el humo de las antorchas. Tanto los hombres como los materiales, ascendían y descendían atados a una cuerda, por medio de un cabestrante. Su salud sufrió un grave revés. Perdió todos dientes y la vista.
Cuándo se incorpora nuevamente, después de un periodo de reposo, lo hace como Teniente Coronel, y le espera una fase llena de descubrimientos. En 1748 consigue permiso para excavar en otra zona relativamente cercana, donde empiezan a aparecer piezas muy valiosas. Alcubierre, cree que encuentra la ciudad de Estabia, pero en realidad lo que encuentra es la ciudad de Pompeya.
Los años siguientes resultan frenéticos, Roque Joaquín encuentra las ciudades de: Estabia, Cumas, Sorrento, Mercado di Sábato y Bosco de Tre Case, además de Pompeya y Herculano. El Rey le obliga a llevar un minucioso control de todo, de los avances y de lo que se encuentra cada día. Debían ser descritos y dibujados de forma meticulosa, asi nace lo que hoy se conoce como el método tipológico esencial para cualquier arqueólogo. Con ello se lleva a cabo, un descubrimiento único en la historia de la Arqueología, que con el paso del tiempo, no solo informaría del arte romano, sino de cómo vivían.
Sus innumerables éxitos pronto se ven empañados por las envidias, malentendidos y rivalidades de algunos de los que tenía bajo su severo mando. Atraídos por la desbocada fama del lugar, visitan las excavaciones los que se hacían llamar eruditos en dicha materia, que no eran otra cosa que meros coleccionistas. Poco pudieron ver, pues el lugar estaba muy restringido al acceso público no autorizado.
El que hoy es considerado el padre de la Arqueología e Historia del Arte Johann Joachim Wilckenmann, (otro Américo Vespucio, entre otros muchos) en realidad no pasaba de ser un mero anticuario que censuró y criticó muy duramente el método de excavación del aragonés, ¿cómo puede censurar y criticar aquello que no existe hasta que Alcubierre lo crea? Lo humilló públicamente en sus escritos. Su pretensión era hacerse cargo de todo lo descubierto. Para ello cuenta con la ayuda de Camilo Paderni, cobarde como todos los traidores, que no duda en intrigar contra el ingeniero zaragozano, para conseguir el papel de director de excavaciones. Intrigaba cerca del ministro Tunecci, desacreditando a Alcubierre. Esta traición se cree que la organizó el alemán Wilckenmann, ya que Paderni no pasaba de ser un pobre lacayo, no era hombre de mucha inteligencia y lo que el anticuario quería, era hacerse con las obras que salían de dicha excavación.

La envidia enfermiza que sentía el alemán por el aragonés, queda patente en una carta que Wilckenmann envía al conde Brühl, ”La dirección de este trabajo, (se refiere a la excavación) fue encomendada a un ingeniero español, que había seguido al Rey. Actualmente es Coronel y jefe del Cuerpo de Ingenieros, llamado Roch Joachim Alcubierre. Este hombre que tiene tanta familiaridad con las antigüedades, como la luna con los cangrejos, como dice el proverbio italiano, ha causado por su poca capacidad, la pérdida de valiosas obras de arte“. Tampoco perdió ocasión este alemán de insultar al aragonés, nuevamente en cartas escritas, calumniándolo allí donde lo dejaban hablar, pero siempre con la sombra del traidor Paderni que difamaba, allí por donde pasaba. Hay que tener en cuenta que quienes coleccionaban estos objetos que otorgaban un cierto prestigio, pues su posesión estaba reservada a las buenas fortunas, era la nobleza y a la nueva sociedad que emergía con fuerza, los burgueses, dueño al fin y al cabo del sistema financiero de los Estados. Estos pagaban muy bien. La insana envidia que el alemán sufría por Alcubierre, por no cederle el protagonismo, fue reconocida por algunos de los críticos del momento. No olvidemos a su cómplice, el traidor italiano.
En 1772 fue ascendido a brigadier e ingeniero jefe de los ejércitos del rey, así como gobernador del castillo del Carmen, adosado a la muralla aragonesa de Nápoles. Y cinco años más tarde fue nombrado, mariscal de campo.
En 1775 a propuesta del ministro Tanucci, se crea la Real Academia Herculanense. La misión principal era el estudio de todas las antigüedades halladas en las excavaciones y de manera especial en Herculano. La República de las Letras, como solía llamarse por entonces, no tenía acceso a tales obras y de esta manera, pudieron conocer su valor artístico y documental. Esta tarea, ya había sido encomendada a Monseñor Octavio Antonio Bayardi, pero defraudó al Rey, al ministro y a toda esa parafernalia auto intitulada república de las letras.
Para esta encomienda, se eligieron quince personas, al frente, volvieron a elegir a monseñor, ya que la iglesia así lo impuso. Todos eran representantes ilustres del mundo intelectual napolitano del momento. Pero quien no figuró, fue el,”correveidile” de Camilo Paderni, a pesar de ser el director del museo de Portici. Tanto el rey como el ministro Tanecci, le tenían en muy alta estima,”en público” no asi en privado, pues conocían de su traición. No obstante en ocasiones fue invitado a alguna de sus sesiones. Quién no figuró nunca, ni lo solicitó, fue el traicionado y ninguneado Alcubierre. Los felones no saben de cargos, prestigios, ni honores, son solo eso…, felones.

Los museos se fueron llenando de todo tipo de objetos, se habilitó el convento de la Compañía de Jesús, para albergar la Universidad de Nápoles, después de haber sido abolida esta compañía por el papa Clemente XIV. Paderni no soportaba a Alcubierre, aunque no quería reconocerlo. Como director del museo de Nápoles, dirige la excavación, pero es un fracaso tras otro. Lo cual alegra felizmente al zaragozano.
Quienes tanto lo criticaban, ingleses, franceses, alemanes, ejercían el expolio más salvaje de cuantos se haya conocido en la historia y la arqueología. Esto se daría incluso bien entrado el siglo XX, allá donde hollaban las botas de sus soldados. Todo cuánto descubrían, impunemente lo saqueaban, llevándolo a sus países de origen y hasta el día de hoy, se mantienen en sus museos, a pesar de las múltiples quejas y peticiones de devolución a los estados propietarios. Pero todo lo que Alcubierre descubrió se mantiene intacto en su lugar, no era anticuario, asi que no estaba sujeto a los espolios que estos realizaban o financiaban.
Tras su fallecimiento en el año 1780, su viuda se ve obligada a pedir ayuda económica a las autoridades, recibiendo una pensión vitalicia de 150 ducados al año, abocando a la familia  a la más honrada  y humilde de las pobrezas. Este es el pago de un monarca a su fiel vasallo, este es el pago de una nación a uno de sus hijos que de haberlo defendido en su momento, de haber tenido ese arraigo del que sólo se conoce el vocablo, hubiera pasado a ser reconocida como cuna de una rama de la ciencia, pero desgraciadamente esto es…, España y su idiosincrasia. Dedicó su vida a una actividad que lo fascinaba, entregándole todo al Rey, pero al igual que todos los de su estirpe, no conocían la honradez, ni el reconocimiento de quienes le servían, ofreciendo todo cuanto tenían, que en la mayoría de las veces, era la vida.
El trabajo de Alcubierre y sus colaboradores debe ser juzgado en su justo término, considerándolo como el arranque de la Arqueología de campo y sobretodo, como base necesaria e insustituible de uno de los museos más extraordinarios del mundo clásico. No olvidemos que ninguno de los hallazgos salió de Italia, ni siquiera cuando Carlos III, abandonó definitivamente Nápoles.
Una vez más dejamos en el olvido a un héroe, que realizó sin saberlo, el verdadero descubrimiento de la Arqueología y que como con tantos y tantos personajes ilustres de nuestra tierra, pasan al olvido y otros miserables, cobardes y traidores, se apoderan de su trabajo y esfuerzo con la complicidad tácita de nuestros gobernantes, no alzaron ni alzan su voz, para dejar el nombre de ROQUE JOAQUIN ALCUBIERRE en el lugar que le corresponde. Ni una estatua para su recuerdo, ni unas líneas en los libros de texto, ni una calle en pueblo alguno, ni un recuerdo, pero si tenemos plazas de nombre impronunciable, y difícil escritura, de otros países, para vergüenza y humillación de nuestra historia.

 
Nuestros gobernantes están obligados a mantener el legado de nuestros antepasados. Su incompetencia en materia histórica debería ser duramente castigada. La desgracia de estos hombres y mujeres que hicieron y descubrieron tanto y tan bueno, es no haber nacido en cualquier país extranjero, donde su hazaña jamás seria desconocida. Gentes mediocres son archiconocidos merced a estas caricaturas políticas provincianas que mantenemos en este maldecido país.
Ningún representante ni alemán ni italiano, hasta el día de hoy, ha pedido disculpas por haber consentido, que traidores, cobardes, arrebataran el trabajo de un hombre que, sí ha sido el precursor y verdadero padre de la Arqueología. Tampoco ningún títere, mercachifle, de los gobernantes regionales ni españoles, se ha preocupado de ello, su interés, es la bolsa, esa que se vacía con cada cambio y se llena con los nuevos, para repetir el constante ciclo, que de ser bautizado debería llamarse, en honor al rio Anas, “los ojos del Guadiana”.
Zaragoza a 20 de abril de 2014
María Jé Salvador Miguel

Vicepresidenta

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